Esto pasa si cambias un balón redondo por uno ovalado: irás a las Series Mundiales

El rugby es un deporte muy contagioso. Y su virus se inocula cada vez antes. El número de federados se ha duplicado y los equipos nacionales compiten ya con deportistas que empezaron a jugar de pequeños. Esta semana disputan en Dubái las Series Mundiales. LaLigaSports colabora con en el desarrollo de este deporte y fomenta el crecimiento de la industria con ayudas a otras 63 federaciones

Lide y Amaia Erbina, las hermanas que sueñan con jugar juntas en los Juegos Olímpicos.
Lide y Amaia Erbina, las hermanas que sueñan con jugar juntas en los Juegos Olímpicos. ANDREA COMAS

¿Qué pasa si los padres, cuando salen al campo con sus hijos, se llevan un balón ovalado en vez de la clásica pelota? ¿Qué sucede cuando un niño va con su hermana de cinco años a jugar al rugby con sus amigos? ¿Qué ocurre cuando una chica no para de contar en su casa lo que se ha divertido en su entrenamiento? Las selecciones de rugby a siete, masculina y femenina, están repletas de estas historias de contagio. Padres que han atraído a hijos o hermanas que han arrastrado a hermanos a practicar su deporte favorito. Por eso no es raro que en los equipos nacionales de rugby a siete, masculino y femenino, que esta semana juegan en Dubái las Series Mundiales, haya hasta cinco parejas de hermanos. Este deporte es cada día más popular y competitivo. Las fichas de jugadores se han duplicado en 15 años y las selecciones españolas han alcanzado un buen nivel. Un auge al que también contribuye el empujón del programa LaLigaSports, que apoya a la Federación Española de Rugby (FER) y a sus deportistas.

Ellas fueron cuartas en el Mundial de Moscú en 2013 y quintas en Estados Unidos 2018. Ellos, tras su clasificación para los Juegos de Río 2016, en el estreno olímpico del rugby, se están consolidando en las Series Mundiales, una competición que se disputa durante distintos fines de semana en varios países y que clasifica a los mejores cuatro equipos a los Juegos Olímpicos. Este jueves, ambos equipos disputan ese torneo en Dubái. Ellos, la primera jornada y ellas, la segunda. Marina Bravo (Madrid, 1989), una de las jugadoras con más experiencia, ha participado en el despegue de la selección. Y da con una de las claves: “Hay muchas niñas que empezaron a jugar desde pequeñas y ahora están aquí. Antes, las que llegaban a ser internacionales tenían 20 o 22 años y habían empezado a jugar al rugby en la universidad. Ahora las chicas llegan con 15 años de experiencia. Han empezado de pequeñas. Eso nutre al equipo, a nuestro rugby y a nuestro juego”.

Paco Hernández escapa de la marca de uno de sus compañeros.
Paco Hernández escapa de la marca de uno de sus compañeros. ANDREA COMAS

¿Cómo se consigue acercar el rugby a un niño? Quienes han comenzado a jugar de pequeños señalan al ambiente familiar o al colegio. En los equipos de rugby a siete español (la modalidad olímpica y que disputa las Series Mundiales) hay cinco parejas de hermanos: Amaia y Lide Erbina, Manu y Tobías Sainz-Trápaga, Alejandro y Martín Alonso, Bárbara y Pol Pla y María y Joan Losada. Amaia Erbina empezó a los cinco años por influencia de su padre, jugador del Ordizia RE, y de su hermano, que se la llevaba con él a jugar partidos con su cuadrilla. “Nos viene de familia», dice. A los 19 años disputó los Juegos de Río, en los que España consiguió la séptima plaza.

“Es muy importante que los niños empiecen desde pequeños. Comenzar tan temprano me ha dado un plus importante para perder el miedo al contacto, mejorar a nivel técnico, conocer el deporte más a fondo, ser más valiente, probar más posiciones y, sobre todo, aprender a divertirme”, apunta. A su hermana, Lide, no fue tan fácil convencerla. “Viví el rugby desde pequeña, pero no me enganché. Siempre pensé en llegar a la universidad y ver si probaba. Pero luego pasó lo de los Juegos y empecé a ver el rugby a siete y me atrajo. Un verano fui a un campus, me gustó el ambiente, aprendí mucho y me decidí a empezar. Tenía 15 años”, rememora. Con 17, Lide se prepara para disputar las Series Mundiales. “Los Juegos tuvieron mucha repercusión. Mis amigas, que nunca lo habían visto, me decían que era una pasada”, subraya.

Pablo Feijoo exige a sus jugadores en el entrenamiento de la selección española de rugby a siete.
Pablo Feijoo exige a sus jugadores en el entrenamiento de la selección española de rugby a siete. ANDREA COMAS
“En los comienzos éramos una banda”. Unos días antes de partir hacia Dubái, Pablo Feijoo (San Sebastián, 1982), el entrenador de la selección masculina de rugby a siete recurre a esta expresión para retratar el estado del rugby a siete hace una década. “No jugábamos a nada”, admite Feijoo, que formó parte de la selección que estuvo en los Juegos de Río 2016, que quedó en el 10º lugar. “Nos juntábamos un lunes y viajábamos el viernes a jugar el Europeo. Aun así ganábamos algunos partidos. Pero cuando llegaban los momentos clave no estábamos preparados”, afirma.

La historia ahora es muy distinta. Es habitual ver al equipo masculino y al femenino competir contra los mejores del mundo. La expedición del rugby español lleva ya años de progresión. Paco Hernández (Motril, 1988), el capitán del equipo masculino, también empezó joven. A los 11 años. “Éramos los raros de la sociedad deportiva”, dice. “Es una cuestión cultural. El rugby es un deporte que se conocía solo a nivel universitario en España. Ahora la gente está empezando a jugar antes, incluso más joven que yo”, señala.

Su entrenador, Feijoo, mamó el rugby de pequeño (su padre, Alfonso, es el presidente de la Federación Española de Rugby), pero se inició empujado por “ocho o nueve amigos” de su cuadrilla que también lo habían hecho. “Las familias van creciendo en rugby. Los padres a veces intentan que sus hijos hagan el mismo deporte que ellos. Para mí es un error”, indica, aunque da recetas para saltarse su propio consejo: “Hay herramientas muy sencillas para que un chaval se decante. Puedes tener un balón en el coche. En lugar de uno de fútbol, uno de rugby. Entonces, cuando vas a la playa o al monte, juegas con el de rugby en lugar de tener la pelota de siempre”.

Marina Bravo observa el pase de Amaia Erbina.
Marina Bravo observa el pase de Amaia Erbina. ANDREA COMAS

Pol Pla (Barcelona,1993) se inspiró en sus hermanas para cambiar de balón. Este catalán de 25 años siempre había soñado con jugar al fútbol en el club del que es hincha, el FC Barcelona. “Mi hermana mayor conoció el rugby en la universidad y le gustó mucho. Nos fue transmitiendo lo que vivía y me animé a probar. Tenía 17 años, pero me habría encantado empezar de más pequeño”, cuenta. Su adaptación fue más fácil de lo que pensaba porque tuvo “buenas maestras en casa y había visto muchos partidos”. El sueño de jugar para el Barça pudo hacerse realidad, porque Pla hoy viste la camiseta azulgrana en la sección de rugby del FC Barcelona.

Practicante de ambos deportes, Pla sabe qué es lo mejor de uno y otro. Del rugby se queda con “lo social”: “No me gusta hablar de valores porque eso es algo que transmiten las personas, pero sí del sentimiento de hermandad que hay alrededor de cada partido entre todos los jugadores que estamos en el campo”. Del fútbol toma la profesionalización: “La gente que trabaja en los clubes y en las instituciones debe ser profesional. Tener un plan de desarrollo, que los jugadores sean tratados lo mejor posible, con los mejores medios, fisios, médicos, instalaciones… Creo que cuando das los medios para entrenar de la mejor forma, se sube el nivel”.

Paco Hernánez, capitán del equipo masculino de rugby a siete.
Paco Hernánez, capitán del equipo masculino de rugby a siete. ANDREA COMAS

LaLiga contribuye a ambos. A través del programa LaLigaSports, apoya a la Federación Española de Rugby y a sus deportistas, al igual que hace con otras 63 federaciones. Además, con el 1% de sus ingresos por derechos de televisión y poniendo a disposición parte de sus recursos humanos, LaLiga intenta mejorar el deporte español. Parte de ese dinero, por ejemplo, sirvió para que la Federación Española de Rugby llevar a a cabo durante los últimos meses las concentraciones en los torneos de rugby a siete de las selecciones femenina y masculina que se disputaron en España (en Elche) y Kenia, respectivamente. También, la FER ha podido destinar parte de esos recursos al desarrollo de otros proyectos y a organizar los compromisos internacionales de sus combinados, como la primera cita de la selección femenina de rugby a siete en las Series Mundiales disputadas en octubre en Glendale (Estados Unidos). Y 24 jugadores (12 del equipos masculino y 12 del femenino) han recibido ayudas económicas por sus resultados internacionales.

En España, como en muchos otros países incluso con más afición, no existe una liga de rugby a siete. La mayoría de los jugadores de la selección proceden de equipos de rugby a quince, el clásico. Los federados se han casi duplicado de los 14.807 en 2000 a los 33.482 en 2017. En la temporada 2015-1016, la selección española de Rugby XV había acumulado 36.000 espectadores en sus cinco partidos del Europeo. Dos temporadas después, 58.400 personas fueron a ver los encuentros, ante los mismos rivales.

Pedro de Matías, entrenador del equipo femenino de rugby a siete (izquierda), y Pablo Feijoo, del masculino.
Pedro de Matías, entrenador del equipo femenino de rugby a siete (izquierda), y Pablo Feijoo, del masculino. ANDREA COMAS
“Está claro que el rugby está creciendo mucho. Es más popular. La gente ha visto partidos y no nos confunden con el fútbol americano”, apunta el entrenador de la selección femenina, el valenciano Pedro de Matías, que comenzó a jugar en el colegio. “Cada vez hay más niños y niñas que practican este deporte y cada vez hay más padres que utilizan el rugby como un vehículo de aprendizaje y de desarrollo de sus hijos”, explica.

Quienes practican el deporte tienen bien claro que es un generador de valores respetables. ¿Qué puede ofrecerles el rugby a los niños? “Una buena educación, aprender que solo no vas a ningún lado, que tienes que respetar, que te tienes que sacrificar, que cuando te comprometes no puedes dejar al equipo tirado. Una persona sola no hace nada en rugby. Si tienes al mejor del mundo y juega solo, los otros le van a parar. El trabajo en equipo es muy importante. Y es una cosa que en la vida la gente no está acostumbrada a hacer”, subraya Pablo Feijoo.

Recuerda también el entrenador del equipo masculino de rugby a siete la época en la que cambió todo. Fue después de perder la clasificación al Mundial de Dubái en 2009. “Nos quedamos 15 locos que apostamos todo por el siete. Dejas cosas de lado y te sientes un deportista de verdad. Antepones el rugby a tu familia, a tus amigos, a la universidad, a salir por la noche, a tu novia…”. Ha pasado una década y la locura ha crecido. La ilusión se va extendiendo entre los jóvenes y se traduce en más practicantes y mejores resultados. Ya no son una banda.

Pol Pla posa tras el entrenamiento de la selección de rugby a siete en Ciudad Universitaria.
Pol Pla posa tras el entrenamiento de la selección de rugby a siete en Ciudad Universitaria. ANDREA COMASRedacción: www.elpais.com
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